Mi pequeño homenaje

Hace diez años, a las 17: 30 horas comenzaba uno de los más terroríficos fines de semana de España. La noticia del secuestro del joven edil del Partido Popular y la amenaza de la banda terrorista ETA ponía en vilo a la sociedad española, que frente al televisor, sufría cada minuto de ese angustioso plazo y se sentía parte de un todo, que era la democracia unida por la Paz.

Se le exigía al ejecutivo de Aznar el acercamiento de los presos etarras a las Vascongadas. Pero los españoles, lejos de manipulaciones, entendieron que ese no era el problema, que lo que verdaderamente ocurría era que una banda de asesinos había secuestrado a un joven inocente que sólo luchaba por la democracia y la libertad.

ETA cumplió su amenaza y Miguel Ángel Blanco Garrido recibía dos disparos en la nunca, cinco minutos después de finalizar el fatídico ultimátum. No murió en aquél bosque, sino en en la residencia sanitaria Nuestra Señora de Aránzazu de San Sebastián horas más tarde.

Aquella tarde de sábado, yo tenía tan sólo trece años, pero nunca olvidaré mis emociones y todo lo que ocurría a mi alrededor. A las cuatro de la tarde, como el resto de los españoles, toda mi familia clavaba los húmedos ojos en el televisor y agarraba con uñas y dientes ese pequeño trocito de esperanza. Sobre las cinco de la tarde la noticia cayó como un jarro de agua fría, Miguel Ángel había sido tiroteado, moriría a la madrugada siguiente.

Su espíritu se había reencarnado en el Espíritu de Ermua, un sentimiento que hace que los ciudadanos recordemos aquél día y tengamos el valor de denunciar sin miedo alguno la violencia de ETA.

Sigue descansando en Paz, Miguel Ángel.